viernes, 13 de noviembre de 2009

Un pais en el infierno

¿Cuánto mide el infierno? Recuerdo que en mi tierna infancia oir hablar de dimensiones infinitas, por ejemplo del universo, me llenaba de impotencia y desasosiego. INFINITO. Resulta un concepto inasible al entendimiento, se marcha más allá del cortex prefrontal, no tiene lugar en nuestro angosto cráneo y viaja en busca de un cerebro mayor, más desarrollado, en el futuro. El infinito es demasiado. Pero en los últimos años los físicos parecen haber engendrado una serie de nuevas teorías en las que el universo, por fín, podría tener límites. De hecho, muchos límites. Las últimas teorías hablan de multiversos, de infinitos (la palabra insiste) universos que se organizan de manera similar al de las muñecas Matrioshka, es decir, que nuestro universo pertenece a un conjunto de universos de número limitado y que está dentro de un universo mayor. Este gran universo también compartiría "espacio" con otros dentro de uno mayor y así sucesivamente. En definitiva, una orgía de universos penetrados unos dentro de otros sin fín, infinitamente. Pero si el espacio físico esta así organizado (hasta que se demuestre lo contrario), ¿qué pasa con el espacio espiritual?, ¿tiene límites el cielo?. Y lo que aún me resulta más preocupante (por el número de demandantes), después de las palabras del portavoz de la conferencia episcopal, ¿cuanto mide el infierno?
A mí no me salen las cuentas. Juan Antonio Martinez Camino, portavoz de la conferencia episcopal, declaró hace unos días pecadores públicos (lo dice con mucho acento, como si no fuera mucho más indecente pecar en privado, escondidos torpemente de la visión omnipotente de Dios) a todos los ciudadanos católicos (los que no lo son también, ¿porqué no?) que voten a un partido que legitima el aborto. Me da la impresión de que lo que intenta Juan Antonio es no tener que hacer cola para entrar con honores en el paraiso celestial. Según mis cuentas, el país en pleno se vería abocado a pasar toda la eternidad (otra palabra inasible) en un lugar que es como Sevilla a finales de Julio pero llena de gente indeseable y que no está haciendo turismo cultural precisamente. El infierno necesitará, sin duda, un nuevo plan urbanístico para ubicar a tanto pecador. Sumemos. Si pensamos que pecadores son todos los votantes del Psoe, cada vez menos pero muchos aún, por suerte o por desgracia; lo son, posiblemente de nacimiento, todos los votantes de IU o el Pce; pecadores son también los que votan a Rosa Díez y no solo por votar a la incoherente más supina de la política nacional sino por votar a un partido que se declara anticlerical; a estos añadimos todos los extremeños por dejar que parte de sus impuestos se destinen a enseñar a masturbarse a sus criaturas; "pecadorísimos" son también todos los homosexuales, estos además es que se lo han buscado; y, porsupuesto, todos los votantes del PP, porque no sé si la memoria le fallará señor portavoz pero el Partido Popular gobernó su malratada España durante 8 años, 4 de ellos con mayoría absoluta, en los que una ley del aborto que despenalizaba la interrupción del embarazo, que asesinaba a seres humanos según ustedes mismos, permitió mas de medio millón de abortos. En base a estos números, ¿cómo espera usted explicar a Dios que ha hecho bien su trabajo de salvación allí donde estuvo destinado en la Tierra? Creo que se ha ganado usted una bronca algo seria por parte del jefe.
Ya me imagino al bueno de Labordeta haciendo su bonito programa televisivo con la mochila a la espalda y con el sano propósito de hacernos llegar a esa gran colonia de españoles los rincones más inexplorados e ignotos del Infierno. Porque allí estaremos todos, condenados por la ineptitud del portavoz de la conferencia episcopal, por su devoradora necesidad de acojonar a todo bicho viviente. Todos menos los discapacitados síquicos que, como sabrán, tienen su sitio en el Purgatorio desde que los altos mandatarios de la Iglesia se dieran cuenta de que sus almas no eran carne de Cielo ni de Infierno (!qué acierto haber abierto el Purgatorio!). En cualquier caso, si algo de bueno traerá consigo la muerte será que, definitivamente, perderemos de vista al inconsciente de Martinez Camino. Nosotros al Infierno y él al Purgatorio, cada uno en el lugar que le corresponde, cada cual respondidendo en el ultramundo por los méritos hechos en la vida terrenal.

sábado, 7 de noviembre de 2009

La exposición de lo inalterable.

La sombra de una mesa que dibuja un reloj invisible y que marca la hora de una tarde perfecta; un niño volando, detenido en el tiempo, como soñando cruzar el Guadalquivir de un salto prodigioso; la promesa de una cena mágica en un restaurante imposible frente a la Catedral; una mirada oblicua que redescubre el puente más mirado de Sevilla, el viejo y amable puente de Triana; una luz fantasmal que zigzaguea por entre los naranjos del patio de banderas ante la presencia tenaz y luminosa de la Giralda; y así hasta 25 instantáneas que son las que el fotógrafo Pedro José Saavedra expone durante todo el mes de Noviembre en el bar "El Tejar" en Triana. Pero el pasado jueves 5 de Noviembre no solo pude asistir a la inauguración de esta intresante exposición sino que también, en la profunda Triana, pude sentir el peso insoportable de lo eterno, de lo inamovible. Constantes que nos rodean y que amenazan con quedarse para siempre, invitándonos a disfrutarlas y a sufrirlas sin remisión por los tiempos de los tiempos. Allí se inauguró no solo un homenaje a Sevilla, también se inauguró la exposición de lo inalterable.
Pedro en su exposición no retrata Sevilla, la idealiza. Recorre la piel de su amada esquivando las arrugas, las cicatrices y las grietas desmaquilladas. Se dedica a amar devotamente a la Sevilla que quiere ser histórica, que no está dispuesta a ser conocida más que por su gracia natural y su belleza fotogénica. La convierte en un decorado magnífico donde solo es posible la sevillanía. Y, ciertamente, en esto de dar brillo y pulido a la realidad Pedro es un maestro indiscutible. Pero la Sevilla que Pedro evitó, buscando la esencia de la memoria visual de su ciudad, no la ignoró, en aquella noche inaugural, la lógica de estos tiempos de crisis. Momentos en donde una sensación de tiempo perdido, de perplejidad ante los desastres económicos y políticos, de hastío paralizante y depresivo nos envuelve allí donde estemos como una segunda piel que nos marca como al ganado, distinguiéndonos ante la historia como fortuita y amarga cosecha de este tiempo gris. Comprendí que, como en las fotos de Pedro, parece que existe una fuerza latente y profunda en la humanidad que se empeña en llevarnos al mismo sitio, en repetir épocas y errores, en perseverar en lo tradicional, como en un eterno retorno, por más que queramos rebelarnos contra ella.
Era una de esas primeras noches de otoño, agradablemente frescas. Desde las 9, el bar se fue llenando progresivamente, a ritmo lento pero constante, al compás de las primeras cervezas y los primeros amigos. Pronto, al calor de la confianza y la copa, la gente se fue desvistiendo y las miserias de los presentes, treintañeros casi todos, fueron cayendo con naturalidad por el peso del desahogo. Un amigo contaba los traspiés permanentes de su relación de pareja. Otro hablaba de trabajo, de la suerte de haberse encontrado con un nuevo encargo que le permitiría vivir tranquilo los próximos tres meses y que, después, lo incierto volvería a ser rutina. Otra amiga no hablaba, al menos no con nosotros, aunque me temo que no hacía más que reprocharse interminables frustraciones, como si la voz le hubiera sido secuestrada por la culpa hasta que el sufrimiento fuera lo suficientemente cuantioso como para pagar el rescate. Otra hablaba de pasión, de visceralidad, de juventud, de nostalgia. Otro de éxito y de futuro. Futuro y cuerda floja. Los treintañeros parecemos islas desiertas, pensé. Hemos vivido vidas que podrían haberse vivido en 40 años pero reímos y bailamos con el futuro como si tuvieramos 20. Somos los primeros treintañeros del siglo XXI, dijo un amigo con un orgullo increible, con una esperanza que se agotó nada más salir de su tráquea.
Poco tiempo pasó antes de que la conversación se centrara en lo meramente político. Una amiga decía que había leido a Lorrie More (la joya literaria estadounidense además de despiadada cronista de la América insondable) decir en una entrevista que habíamos tenido la mala suerte de haber conocido a Obama demasiado tarde. Veinte años atrás, "un Obama" podría haber alterado este presente pero el mundo occidental actual estaba demasiado macro-organizado como para que un hombre como él pudiera hacer algo verdaderamente crucial para cambiarlo. Recuerdo que comenté que había oído en las noticias que Gordon Brown había propuesto al G-20 la imposición de una tasa a las grandes instituciones financieras internacionales para crear un fondo que prevea las grandes fiascos bancarios con objeto de que no sean los contribuyentes los encargados de rellenar los hondos agujeros dejados por las ambiciones irresponsables de los especuladores, como hemos visto con vergüenza los últimos meses. Al momento me vino a la cabeza la fantástica novela "El Gatopardo", de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Da la sensación de que la política contemporánea ha comprendido que, como en la memorable novela, es necesario hacer pequeños gestos, aparentes esfuerzos que no toquen lo esencial, "cambiar algo para que todo siga igual". Nada ha de moverse, como la imagen de la Giralda, como el sistema político incuestionable que tanto nos cabrea. Los treintañeros, los herederos de las bondades de la transición española tampoco hemos de hacer nada para inquietar nuestra suerte porque hemos venido al mundo a sentirnos agradecidos, aunque aún no sepamos de qué.


La cervezas se fueron transformando en licores más desesperados. De igual manera las conversaciones se volvieron más apasionadas a la vez que los contertulios iban saliendo de sus particulares armarios. No está demostrado que el alcohol alimente el ingenio pero sí que adormezca la prudencia y la memoria. En un momento dado de la tertulia me dio por hacer un alegato teórico de la Anarquía. Defendía la necesidad de reconocer el fracaso absoluto de esta democracia antidemocrática. Defendía la ofuscación ante un sistema que no merece más compasión, que ya ha agotado su crédito y que no representa al pueblo y sí el stablishment de los partidos y de las grandes empresas multinacionales. Defendí la obviedad en realidad. Pero no todo el mundo quiso minimizar la parte del alegato de la anarquía. El amigo de un amigo, desconocido absoluto para mí, quiso convencer a la parroquia de que la Anarquía era una idea objetivamente violenta, generadora de un egoismo sin fín y que niega el orden, el estado y hasta el holocausto si me apuras. Mis réplicas fueron vehementes. Tan furibunda llegó a parecer la discusión (parecerlo, porque en ningún caso fue agresiva o personalmente ofensiva) que los amigos callaron alrededor temiendo que el silbido de alguna respiración fuera la chispa incendiaria que causara la reedición de una guerra civil en miniatura. Yo recurrí a "Dios y el estado " de Bakunnin, a Proudhon, al socialismo utópico (libros y teorías que por supuesto mi rival no había leido en su vida). Lamenté que el wishky escondiera de mi memoria aquella hermosa frase de Reclus: "la anarquía es la máxima expresión del orden, basado en cosas naturales, sin coacciones ni violencias", tan inútil para convencer al facha modernito recién destapado y tan apropiada para dar lustre a un argumento, el mío, de por sí dificil de defender. Si las discusiones políticas bañadas en priva no terminan en pelea abierta, acaban seguro en abrazos y amistad, patética pero emotiva, que no durará más de otra copa. Así sucedió y aquí paz y después gloria.
Nada a nuestro alrededor parece dispuesto a derrumbarse aunque las grietas sean kilométricas y las posibilidades de caer al abismo sean cada día mayores. Permanecer impasibles es la única alternativa porque el miedo a cambiar hasta lo que ya huele a muerto es demasiado poderoso. Pero alguien tiene que recoger el testigo, es inevitable. Alguien tendrá que hacerse cargo del futuro. Alguien tendrá que hacerse cargo del clima, del porvenir de nuestra patológico sistema económico, del futuro de una democracia que solo es una palabra tranquilizadora, de la impunidad en la que viven los "representantes" del pueblo, de la vieja e inalterable Sevilla de la postal y la autocompasión. Mientras Obama se multiplica , te espero en El Tejar, que Pedro invita a soñar.