lunes, 31 de diciembre de 2007

La fiesta cotillón de Dios

Se nos escurre el 2007 entre los dedos dejándonos las manos viscosas, llenas de vergüenza, tragedia e ironía. A estas alturas seguro que a todos ya nos han invadido la memoria, vía flechazo televisivo, con una de esas crónicas anuales tan terribles en donde la narración de los meses se viste de tragedia, guerra, injusticia y cambio climático. Es difícilmente soportable, para alguien con cierto grado de humanidad, esta catarata incesante de realidades funestas y desoladoras con que nos resumen cada año. Alguno dirá, "es lo que hay, ¿acaso mienten?". Y es cierto, no mienten, pero sí seleccionan, y aún así no cabe excusa. El mundo es un hervidero de turbantes febriles que acaban hechos pedazos; de políticos improvisados esclavos de su careta; de lluvias malignas; de hermanos que se apuntan a matar; de olvidados y olvidadizos; etc., ... y un etc. de los malos y largos.

El ser humano sigue perdido y perdiendo. Y aunque no intente disculpar a ningún hijoputa ni disipar sus vergüenzas, lo cierto es que buscar la causas del desastre en los clásicos culpables recurrentes, ya no es suficiente. Faltan explicaciones y sobran culpables. 2007 es otro capítulo más del libro menos necesario que se escribiera jamás: "Cómo ser un inhumano". No creo que exista mayor y más noble reto que el de matar al escritor de tan salvaje cuento. Y mientras, Dios, o al menos los que se dicen sus representantes, se montan su particular fiesta cotillón fin de año en Madrid poniendose hasta el culo de mala leche y deseando mucha rabia e intolerancia para los próximos meses. No lo hicieron en una fiesta privada, con la familia (tanto que la defienden, tómate por culo), sino que salieron a la calle, a expresar sus opiniones católicas y coléricas, y en tono político además. En tan hermanada fiesta dijeron del gobierno (embargados por un profundo amor cristiano, eso sí) lindezas tan ajustadas a la realidad como: "el laicismo del gobierno nos puede llevar al fin de la democracia"; o "la familia está siendo sacudida con leyes injustas"; o "el ordenamiento jurídico ha dado marcha atrás respecto a la declaración de los derechos humanos"; o " el gobierno aboga por manipular ideológicamente la educación de los jóvenes". No creo que comentario alguno pueda ilustrar mejor el espíritu catastrofista, beligerante y peligrosamente demagógico de estas frases.

Alguno buscó tras la desenfrenada bacanal cristiana, algún disfraz de obispo o cura escondido en cualquier esquina tras el que pudo estar oculto el señor Rajoy. El candidato de la oposición estuvo allí, y si no se le vió fue poque estaba solo intelectualmente. Seguramente como "negro" (alguien tuvo que escribir esos catoliquísimos panfletos electorales, ¿no?). Pero a quien no se le vió ese día fue a Dios. Los manifestantes afirmaban que andaba por allí, algunos aseguraban incluso que estaba en varios sitios a la vez. Pero lo cierto es que nadie le vió. A mi, personalmente, me queda la esperanza de que ese día, Dios decidiera tomarse unas vacaciones en cualquier lugar del infinito, donde olvidar la repugnante vergüenza que le estaba produciendo la fiesta cotillón que "su" gente celebraba ese día en Madrid.

lunes, 12 de noviembre de 2007

La Sevilla indecisa

Los cambios producen desajustes. Esto es obvio. El progreso tecnológico por ejemplo, tan útil, casi indispensable hoy día para muchos, crea desigualdades sociales, deteriora del medio ambiente, etc. Esto está más que estudiado. Pero esta reflexión no es sino la consecuencia de la visión de una estampa que tuve la desconcertante suerte de ver ayer paseando por Sevilla. La evolución, el progreso, la globalización, la diversidad. !Cuánta tinta invertida en estos conceptos!. Todo muy bien. Necesario tanto despliegue intelectual. Pero ayer sentí que este eclecticismo social, ésta nueva realidad, cuando se puede palpar, cuando está frente a ti desafiando tu capacidad de digerir lo diferente que producen los cambios, sentí que hasta entonces la teoría no servía de mucho y que hay instantáneas de realidad mucho más jugosas y profundas que cualquier estudio de comportamiento social. La descripción de una imagen como fórmula bellísima de la realidad que se nos impone.
Paseaba ayer con mi pareja mecido por este otoño fraudulento, tibio de demasiados grados. Lo hacía por el barrio en el que vivo desde hace dos meses: La Alameda. Como los sevillanos saben este barrio está viviendo una fase de reconstrucción que para muchos de nosotros no reconstruye nada. Destruye, borra, e impone una nueva forma de vida social entre los vecinos y sevillanos en general que deforma la esencia de un barrio que quizás tenía que regenerar ciertos aspectos marginales, pero que en ningun caso debía perder su esencia como espacio alternativo, joven, combinación de cultura tradicional, modernidad, y aires acanallados que tan singular hacen (o hacía, no sé) a este barrio. No se sabe muy bien que "es" La Alameda hoy día. Sus derroteros son indescifrables. Vive tal tibieza de formas y de fondo que ni siquiera los que iniciaron esta transformación saben como evitar el descomunal despropósito. Bueno, de momento es lo que tenemos. Pues en este marco ya de por sí desenfocado, se me plantan en medio del cuadro los miembros de una familia musulmana en el que están paseando un hombre (unos 40 años), una niña pequeña y su madre completamente tapada por un burka completo o chador (son utilizados por algunas mujeres musulmanas como una interpretación del código de vestido del hijab). No puede dejar de chocar el toparse con este tipo de vestimenta tradicional (tampoco hacia tanto frio, la verdad) aún en la ciudad en la que vivo. Más al fondo, como colocadas allí por el director de una película surrealista, en una especie de estand del que colgaba una bandera republicana, dos mujeres de mediana edad se afanaban en convencer a los viandantes de que debían firmar un manifiesto en contra del nuevo tratado europeo firmado el pasado octubre un poco "de aquella manera", la verdad, por los dirigentoides europeos. Como creo que siempre hay que participar, participamos. Y como era de esperar, los pensamientos extremos suelen defraudar a quienes esperan aprender a través del intercambio de conocimientos, el debate y la duda creativa. No había forma. Mi pareja es experta en esas cosas de los nuevos paradigmas educativos que se están intentando implantar en la universidad española en los proximos años. Considera que la idea es buena, y ya está dando resultados en el resto de Europa, pero que las formas lo pueden tirar todo por tierra. Por supuesto ellas aludían al capitalismo salvaje, al dominio absoluto que están ejerciendo las empresas sobre sus trabajadores, etc. Podríamos haber descubierto que son infinitamente más las cosas que nos unen que las que nos distancian. Pero como matizar, o discrepar ligeramente, según con quién es sintoma de traición, pues así quedó la cosa, cada uno se fue para su parcela de razón donde se vive muy feliz cuidando de tus ideas, para que nadie las perturbe lo más mínimo. Ni a los perros se les coge tanto cariño. Así que nos encaminamos hacia casa, condenados a comernos el coco solitos, sin interlocutor para intentar asentar lo que debían ser nuestras opiniones al respecto. Y lo hicimos esquivando unas esculturas enormes, abstractas que estan exponiendo en el paseo de la Alameda estos días. Son figuras de aspecto humano, de interesante simbolismo y relativa belleza que no vino sino a aumentar el aspecto indeterminado de aquel escenario heterogeneo, interesante e indeciso de aquella tarde crepuscular.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

los periodicos

Leyendo a Luis María Ansón uno comprende un buen puñado de cosas. Entre éstas impagables revelaciones está la de darse cuenta de que quien tiene la suerte de escribir artículos ( guiones de ficción, panfletos mal disimulados, mal humor matutino verbalmente articulado....) en periódicos de cierta difusión, alcanza un grado de iluminación, desprende tal cantidad de luz (alguien debería multar tanto despilfarro de energía en los tiempos que corren) que aquel sobre el que se proyecta esta bendita verdad en luces de neón, queda automáticamente cegado, invidente, absorto. Empieza a dejar de ver por sí mismo. Queda reducido a seguidor de secta, o a hincha radical de equipo de fútbol. A imbécil en definitiva.
Los Luis María y compañía adolecen de una ligera falta de interés absoluto en cualquier cosa que se parezca a la búsqueda de la razón o la verdad ( palabras quizás de por sí demasiado grandes) o por mirar al mundo con la mejor de las opiniones subjetivas, la que uno mismo es capaz de extraer de sí, desdeñando los interereses de aquellos para los que uno vende su tiempo (que no su dignidad) o para la clientela de la que depende su sustento. Los articulistas también tienen que pagar las facturas de su casa, pero es triste que lo hagan a costa de las fracturas intelectuales de sus incautos y cegados lectores.
Y todo este despilfarro de demagogia, y de luz reveladora, se encuentra cada día en los periódicos que nos enfadan cada café mañanero. Como si la rutina diaria no fuera suficiente alimento para la rabia y el estrés. Doble de, por favor. Hemos acabado aceptando que la mentira es información, y que los intereses particulares (políticos y empresariales) legitiman el rasero de rigor en cada caso, quedando el concepto de información avocado a ser tan solo el medio, y no el fin de estos medios de comunicación al servicio del mentor, creador o chantajista de turno.
Es total su efectividad. Ahora me han cortado el café de la tarde. Es mejor no irritarse. El periódico puede tener otras utilidades (o hay que buscarselas pronto), y la parodia parece una solución más creativa y más sana para contrarrestar el veneno de la verguenza que nos inyectan los Luis Marías mientras nos descuidamos despistados por el sonido de los bostezos y el trasiego de las cafeteras.

lunes, 29 de octubre de 2007

El Trastero escondido

Ser niño es una experiencia traumática. Es dificil dejar de verte sorprendido por el instinto de la curiosidad infinita, impertinente y caprichosa del niño que se fue, y que uno cree siempre haber dejado atrás, casi con orgullo. Infeliz...
Hoy me he soprendido imaginando el delirante momento de descrubir tras una pared recia de cualquier casa, tal vez la mía, una hoquedad sucia, pero no desagradable, desordanada, pero en la que no hay nada que encontrar. Como un escenario. Como un dibujo romántico. Una ficción entrañable. La imagen simbólica de un trastero; donde recogerse, esconderse, desaparecer. Me hizo ilusión este pensamiento-descubrimiento. Casi al mismo tiempo, con esa rapidez de la asociación inmediata, me acordé de que siendo como soy, un escritor precozmente fracasado y de vocación efímera, era extraño que aún no tuviera mi propio blog, ocurrencia que practican ya desde hace tiempo con mayor o menor asiduidad y solvencia muchos de mis igualmente exitosos amigos.
Con ésta excusa ridícula y con el jaleante deseo pueril de tener al fin mi propio trastero, donde husmear, reflexionar, recrear esta vida insuficientemente meritoria y hablar a solas ( o quizás no del todo) con imaginaciones, o mejor, con transgresiones legítimas de la realidad, me estreno hoy en la tarea de resguardarme aquí de cuando en cuando a derramar mis visceras emocionales o intelectuales. No sé para qué. Pero tampoco tiene que tener un porqué, es solo otra cosa. Otra probatura huidiza que aspira a alejarme de la sensación de pesadumbre con que nos empapa el día a día.

Bienhallado, Bienvenido.

Lema.