sábado, 7 de noviembre de 2009

La exposición de lo inalterable.

La sombra de una mesa que dibuja un reloj invisible y que marca la hora de una tarde perfecta; un niño volando, detenido en el tiempo, como soñando cruzar el Guadalquivir de un salto prodigioso; la promesa de una cena mágica en un restaurante imposible frente a la Catedral; una mirada oblicua que redescubre el puente más mirado de Sevilla, el viejo y amable puente de Triana; una luz fantasmal que zigzaguea por entre los naranjos del patio de banderas ante la presencia tenaz y luminosa de la Giralda; y así hasta 25 instantáneas que son las que el fotógrafo Pedro José Saavedra expone durante todo el mes de Noviembre en el bar "El Tejar" en Triana. Pero el pasado jueves 5 de Noviembre no solo pude asistir a la inauguración de esta intresante exposición sino que también, en la profunda Triana, pude sentir el peso insoportable de lo eterno, de lo inamovible. Constantes que nos rodean y que amenazan con quedarse para siempre, invitándonos a disfrutarlas y a sufrirlas sin remisión por los tiempos de los tiempos. Allí se inauguró no solo un homenaje a Sevilla, también se inauguró la exposición de lo inalterable.
Pedro en su exposición no retrata Sevilla, la idealiza. Recorre la piel de su amada esquivando las arrugas, las cicatrices y las grietas desmaquilladas. Se dedica a amar devotamente a la Sevilla que quiere ser histórica, que no está dispuesta a ser conocida más que por su gracia natural y su belleza fotogénica. La convierte en un decorado magnífico donde solo es posible la sevillanía. Y, ciertamente, en esto de dar brillo y pulido a la realidad Pedro es un maestro indiscutible. Pero la Sevilla que Pedro evitó, buscando la esencia de la memoria visual de su ciudad, no la ignoró, en aquella noche inaugural, la lógica de estos tiempos de crisis. Momentos en donde una sensación de tiempo perdido, de perplejidad ante los desastres económicos y políticos, de hastío paralizante y depresivo nos envuelve allí donde estemos como una segunda piel que nos marca como al ganado, distinguiéndonos ante la historia como fortuita y amarga cosecha de este tiempo gris. Comprendí que, como en las fotos de Pedro, parece que existe una fuerza latente y profunda en la humanidad que se empeña en llevarnos al mismo sitio, en repetir épocas y errores, en perseverar en lo tradicional, como en un eterno retorno, por más que queramos rebelarnos contra ella.
Era una de esas primeras noches de otoño, agradablemente frescas. Desde las 9, el bar se fue llenando progresivamente, a ritmo lento pero constante, al compás de las primeras cervezas y los primeros amigos. Pronto, al calor de la confianza y la copa, la gente se fue desvistiendo y las miserias de los presentes, treintañeros casi todos, fueron cayendo con naturalidad por el peso del desahogo. Un amigo contaba los traspiés permanentes de su relación de pareja. Otro hablaba de trabajo, de la suerte de haberse encontrado con un nuevo encargo que le permitiría vivir tranquilo los próximos tres meses y que, después, lo incierto volvería a ser rutina. Otra amiga no hablaba, al menos no con nosotros, aunque me temo que no hacía más que reprocharse interminables frustraciones, como si la voz le hubiera sido secuestrada por la culpa hasta que el sufrimiento fuera lo suficientemente cuantioso como para pagar el rescate. Otra hablaba de pasión, de visceralidad, de juventud, de nostalgia. Otro de éxito y de futuro. Futuro y cuerda floja. Los treintañeros parecemos islas desiertas, pensé. Hemos vivido vidas que podrían haberse vivido en 40 años pero reímos y bailamos con el futuro como si tuvieramos 20. Somos los primeros treintañeros del siglo XXI, dijo un amigo con un orgullo increible, con una esperanza que se agotó nada más salir de su tráquea.
Poco tiempo pasó antes de que la conversación se centrara en lo meramente político. Una amiga decía que había leido a Lorrie More (la joya literaria estadounidense además de despiadada cronista de la América insondable) decir en una entrevista que habíamos tenido la mala suerte de haber conocido a Obama demasiado tarde. Veinte años atrás, "un Obama" podría haber alterado este presente pero el mundo occidental actual estaba demasiado macro-organizado como para que un hombre como él pudiera hacer algo verdaderamente crucial para cambiarlo. Recuerdo que comenté que había oído en las noticias que Gordon Brown había propuesto al G-20 la imposición de una tasa a las grandes instituciones financieras internacionales para crear un fondo que prevea las grandes fiascos bancarios con objeto de que no sean los contribuyentes los encargados de rellenar los hondos agujeros dejados por las ambiciones irresponsables de los especuladores, como hemos visto con vergüenza los últimos meses. Al momento me vino a la cabeza la fantástica novela "El Gatopardo", de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Da la sensación de que la política contemporánea ha comprendido que, como en la memorable novela, es necesario hacer pequeños gestos, aparentes esfuerzos que no toquen lo esencial, "cambiar algo para que todo siga igual". Nada ha de moverse, como la imagen de la Giralda, como el sistema político incuestionable que tanto nos cabrea. Los treintañeros, los herederos de las bondades de la transición española tampoco hemos de hacer nada para inquietar nuestra suerte porque hemos venido al mundo a sentirnos agradecidos, aunque aún no sepamos de qué.


La cervezas se fueron transformando en licores más desesperados. De igual manera las conversaciones se volvieron más apasionadas a la vez que los contertulios iban saliendo de sus particulares armarios. No está demostrado que el alcohol alimente el ingenio pero sí que adormezca la prudencia y la memoria. En un momento dado de la tertulia me dio por hacer un alegato teórico de la Anarquía. Defendía la necesidad de reconocer el fracaso absoluto de esta democracia antidemocrática. Defendía la ofuscación ante un sistema que no merece más compasión, que ya ha agotado su crédito y que no representa al pueblo y sí el stablishment de los partidos y de las grandes empresas multinacionales. Defendí la obviedad en realidad. Pero no todo el mundo quiso minimizar la parte del alegato de la anarquía. El amigo de un amigo, desconocido absoluto para mí, quiso convencer a la parroquia de que la Anarquía era una idea objetivamente violenta, generadora de un egoismo sin fín y que niega el orden, el estado y hasta el holocausto si me apuras. Mis réplicas fueron vehementes. Tan furibunda llegó a parecer la discusión (parecerlo, porque en ningún caso fue agresiva o personalmente ofensiva) que los amigos callaron alrededor temiendo que el silbido de alguna respiración fuera la chispa incendiaria que causara la reedición de una guerra civil en miniatura. Yo recurrí a "Dios y el estado " de Bakunnin, a Proudhon, al socialismo utópico (libros y teorías que por supuesto mi rival no había leido en su vida). Lamenté que el wishky escondiera de mi memoria aquella hermosa frase de Reclus: "la anarquía es la máxima expresión del orden, basado en cosas naturales, sin coacciones ni violencias", tan inútil para convencer al facha modernito recién destapado y tan apropiada para dar lustre a un argumento, el mío, de por sí dificil de defender. Si las discusiones políticas bañadas en priva no terminan en pelea abierta, acaban seguro en abrazos y amistad, patética pero emotiva, que no durará más de otra copa. Así sucedió y aquí paz y después gloria.
Nada a nuestro alrededor parece dispuesto a derrumbarse aunque las grietas sean kilométricas y las posibilidades de caer al abismo sean cada día mayores. Permanecer impasibles es la única alternativa porque el miedo a cambiar hasta lo que ya huele a muerto es demasiado poderoso. Pero alguien tiene que recoger el testigo, es inevitable. Alguien tendrá que hacerse cargo del futuro. Alguien tendrá que hacerse cargo del clima, del porvenir de nuestra patológico sistema económico, del futuro de una democracia que solo es una palabra tranquilizadora, de la impunidad en la que viven los "representantes" del pueblo, de la vieja e inalterable Sevilla de la postal y la autocompasión. Mientras Obama se multiplica , te espero en El Tejar, que Pedro invita a soñar.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Monstruo y mil veces montruo queridísimo amigo... se pueden hacer tantas cosas...?

Anónimo dijo...

Luis, cada vez me dejas más boquiabierta. Te has salido por los bordes con esta entrada... 8-o
Me encanta tu estilo, tus ideas.
Besos y nos vemos pronto,
Marta

Luis dijo...

Muchas gracias amigos!!, seguramente no merezco tanto halago pero viniendo de quienes viene, mi sonrisa está más que justificada.

Besos.