domingo, 25 de octubre de 2009

Antisistema

¿Cuánto tiempo eres capaz estar siguiendo el juego? ¿Cuánto tiempo estuviste mirando a otro lado mientras tus padres se afanaban en ocultar de manera absurda que ellos eran los únicos culpables de los regalos de reyes? ¿Cuánto tiempo estuviste insistiendo en acudir a maltrechas y apagadas sonrisas cuando ella, desesperada, te miraba buscando lo que tu ya sabías que no podías seguir inventando? Somos expertos en fingir porque estamos fabricados para seguir adelante, para tragar saliva y seguir caminando, arrastrando el peso tenaz de la cruz que entendemos que nos corresponde. En estos tiempos vivimos unos días repletos, rebosantes de tareas, aficiones-tareas, placeres-tareas, relaciones-tareas, como si el verdadero ocio, el que no ha de parecerse a un compromiso sino a una libertad real donde mirar al mundo sin estar obligado a aceptarlo no fuera más que un mito, una leyenda urbana que pertenece más al mundo del adolescente inconsciente, iluso o inadaptado que al del adulto "comprometido", comprometido con la realidad. Pero, ¿de qué realidad hablamos?, ¿con qué estamos comprometidos?.


Estos días la vergüenza que me provoca esta realidad se ha vuelto inaceptable. Estos días me he sentido incapaz de seguir justificando las perversiones de nuestro sistema político. Hasta hoy he aplicado una suerte de sentido de la responsabilidad social a la que, hasta ahora, he acudido súbitamente, como llevado por el viento, como si ser responsable supusiera excusar y comprender las antidemocráticas actitudes de nuestros (suyos mucho más que nuestros) políticos porque éstas solo representaban obligados avatares, lastre irremediable o pequeñas grietas de nuestro impecable sistema democrático que, como todos sabemos, no puede ser perfecto porque nada lo es. Y es que a veces lo que está más cerca se vuelve invisible. El bipartidismo se ha convertido en la más terrible venganza que nos podían desear las dictaduras caídas del siglo XX, imposturas democráticas que revelan que no hace falta parafernalia simbolista o exhibición militar para gobernar sin oposición, sin control REAL. Cada día, incontables titulares de periódicos nos hablan de las continuas injerencias de los políticos en la vida judicial. Nos cuentan cómo en España los dos principales partidos se acusan mutuamente de hacer o no hacer al respecto de decisiones de índole penal, como si la gente no supiera que éstas deben ser trabajo exclusivo del poder judicial, del "independiente" poder judicial. Ayer leía cómo un partido (el PP en este caso) se peleaba internamente por el control de una caja de ahorros como hermanos conspirando por conseguir un trato privilegiado de mamá (y vaya madre). Injerencia ésta aún más inmoral si cabe. La trama Gurtel, además, aunque no nos ha enseñado nada nuevo sobre la escasa capacidad de los políticos de repeler el soborno y la corrupción, sí nos ha mostrado con descaro extremo que la vergüenza, la autocrítica y el reconocimiento de las responsabilidades propias ante quienes les pagan y sostienen no son valores que les afecten en absoluto. Sin duda, lo más descorazonador de todo este ejercicio de infamia ha sido la respuesta de nosotros, del pueblo, impasible ante lo que nunca debería parecer algo habitual y, por ende, disculpable. La actitud cotidiana del PP de reprochar a diestro y siniestro , por ejemplo, la política económica del gobierno sin la más mínima explicación de cual es la propuesta que contrarestaría tanto desatino, es otra muestra de que nada importa lo que seamos de verdad, de que solo importa lo que parezcamos nosotros y lo que parezcan los otros. Nadie quiere ser nada, por si acaso. Y qué decir de la deriva incontrolable de la socialdemocracia, aún más desorientada en estos tiempos en que no caben medias tintas ni soluciones intermedias. Una socialdemocracia que ya no es respuesta para la izquierda y que, por momentos, parece también olvidada de sí misma, alejada de esa razón de ser como alternativa socialista al comunismo. ¿Qué día los debates en el parlamento son más interesantes para la gente que paga a esos políticos que meras riñas vacías de contenido, tan cotidianas en peleas televisivas del mundo del corazón o en discusiones futbolísticas?
Mientras me encontraba escribiendo esta rabieta definitiva, he vivido una de esas casualidades fantásticas que ocurren a veces y que aportan luz justo cuando sientes que tu vela ya no arde con el fulgor necesario para seguir enjendrando un argumento suficientemente sólido. En El País de hoy, un artículo oportunísimo de Paolo Flores d'Arcais, filósofo, periodista y editor italiano responsable de la revista MicroMega, hablaba justamente de este asunto como una problemática a nivel europeo, evidenciando que es mucho más grave de lo que parece. En "La traición de la socialdemocracia", Paolo dice: "El carácter de aparato, de burocracia, de nomenclatura, de casta, que han ido adquiriendo cada vez más, incluso en la izquierda, quienes, por decirlo con palabras de Weber, "viven de la política" y de la política han hecho su oficio. La transformación de la democracia parlamentaria en partidocracia, es decir, en partidos-máquina autorreferenciales y cada vez más parecidos entre sí, ha ido haciendo progresivamente vana la relación de representación entre diputados y ciudadanos. La política se está convirtiendo cada día más en una actividad privada, como cualquier otra actividad empresarial. Pero si la política, es decir, la esfera pública, se vuelve privada, lo hace en un doble sentido: porque los propios intereses (de gremio, de casta) de la clase política hacen prescindir definitivamente a ésta de los intereses y valores de los ciudadanos a los que debería representar, y porque el ciudadano se ve definitivamente privado de su cuota de soberanía, incluso en su forma delegada". En otro párrafo continúa con su lúcida reflexión: "La socialdemocracia ha llegado a aceptar las más "tóxicas" invenciones financieras, y no ha hecho nada concreto para acabar con los "paraísos fiscales" o el secreto bancario, instrumentos del entramado económico-mafioso a nivel internacional, con el resultado de que el poder de las mafias se extiende por toda Europa, desde Moscú a Madrid, desde Sicilia hasta el Báltico, y ni siquiera se habla de ello. Y dejemos correr el problema de los medios de comunicación, absolutamente crucial, dado que "una opinión pública bien informada" debería constituir para los ciudadanos "la corte suprema", a la que poder "apelar siempre contra las públicas injusticias, la corrupción, la indiferencia popular o los errores del gobierno", como escribía Joseph Pulitzer (¡hace ya más de un siglo!), mientras que nada han hecho las socialdemocracias por aproximarse a este irrenunciable ideal.
La socialdemocracia debía distinguirse del comunismo en sus métodos, mediante la renuncia a la violencia revolucionaria, y en sus objetivos, mediante la renuncia a la destrucción de la propiedad privada de los medios de producción. No estaba desde luego en su ADN, por el contrario, la abdicación a condicionar a través de las reformas (es decir sustancialmente) la lógica del mercado, volviéndola socialmente "virtuosa" y sometiéndola a los imperativos de una constante redistribución del superávit tendente hacia la igualdad".
La izquierda reclama un faro, una reformulación que no tiene porqué huir de nada pero que sí necesita una adaptación coherente a la realidad actual, porque si no resultas coherente con esta realidad cómo puedes llevar ésta a otro sitio. Y más allá de los partidos, o mejor dicho, justo en el núcleo y la periferia de estos partidos, el SISTEMA. Un sistema que es la esencia misma del fracaso de la democracia, con una ley electoral que condena al bipartidismo, que aisla al gobernante de su elector y viceversa y que cada cuatro años da una limosna traidora que compra el silencio de la soberanía popular. Yo soy un antisitema. Pero lo más preocupante a mi entender es el nivel ético, tan asombrosamente poco cuestionado por la sociedad, de las piezas ejecutoras de nuestro sistema, o sea, los políticos, que es de una bajeza tan pronunciada y generalizada que da miedo pensar dónde está la raíz de tanta desvergüenza, si ésta es inherente a la profesión política o a la raza humana. Lo dicho, mientras la democracia no alcance la relevancia que merece ni cumpla con su esencia ideológica auténtica, yo, a pesar de haber despreciado y vilipendiado conscientemente este término, seguiré diciéndome antisistema, anti-este-sistema.


1 comentario:

ECE dijo...

Esta entrada es la caña, pero un poco larga...a ver si vuelves a las pildoritas de ideas, que se hacen más amenas.