miércoles, 9 de enero de 2008

!No a la tortura, Sí al terrorismo!

¿Alguien puede cuestionar la aplastante razón que tiene todo aquel que condena enfáticamente la tortura? Casi nadie se atrevería. Desde muy pequeño comprendí que ejercer un abuso sobre otro de menor fuerza, física o mental, era un acto de cobardía miserable que debía combatir inexcusablemente el resto de mi vida. Está claro que si esta apasionada convicción la hubiera llevado a cabo durante toda mi vida con el mismo furor con el que esta revelación encendió mis deseos de justicia, mi vida íntima y egocéntrica se habría reducido hasta límites que no alcanzo a imaginar siquiera, debido a la inabarcable cantidad de trabajo que tendría que afrontar. El mundo no me lo pone fácil . Y es que nadie hace lo suficiente (defecto de muchos, consuelo de ineptos). Pero es prácticamente unánime. A casi todo el mundo le repugnan los actos de tortura y de abuso de poder.

Lo que yo me pregunto es, ¿todo el mundo tiene la misma autoridad moral para condenar la violencia?. El otro día un grupo de proetarras se manifestaba en contra de los supuestos actos de tortura producidos a uno de los dos etarras arrestados a principios de semana. Estos indignados manifestantes apelaban al derecho de protección de la dignidad humana; criticaban la tortura y el abuso de poder; exigían "humanidad". Sí, he dicho humanidad. Dan por hecho que todo el mundo sabe que la tortura física o psicológica y el abuso policial, son infinitamente más inhumanos que el asesinato, el secuestro o la extorsión. Y me temo que no todo el mundo tiene esa perspectiva de lo que es, o no es, humano. Algunos, incluso metemos en el mismo saco unas actuaciones y otras.
Si alguno de esos policías cometió delito y torturó o ejerció un ilícito abuso de poder contra uno de esos asesinos, debe pagarlo. Eso no es lo que hacemos quienes tenemos una común manera de entender la violencia. Personalmente, me parece delirante e irritante el contemplar cómo algunos aplican ese doble rasero a la hora de condenar la violencia. Una es violencia inhumana y la otra es política; una nace del abuso de la porra y la otra de la convicción de un derecho coartado; una amorata y rompe algún hueso de un asesino y la otra vuela en pedazos, dispara a la sien, secuestra durante meses, hace la vida imposible, o roba la libertad a seres humanos que piensan diferente. No son la misma violencia, es verdad que tienen bastantes diferencias. Y sin embargo a ambas hay que detestarlas. Ninguna funciona; ninguna arregla nada; ninguna es humana.

Sobre el problema de ETA poco falta por decir aún. Quizás el reto por abordar sigue siendo el problema político vasco, que es real y hay que mirar a la cara algún día, con sinceridad, mutua empatía y palabras inteligentes, o sea, constructivas. Si existe algún invitado indeseable en esta futurible reunión de las ideas, esa es ETA. Con ETA hay que hablar, sí. Hablar sobre su inutilidad y su punto final. Las últimas palabras que se dialoguen con ETA serán las que difuminen su historia, las que la conviertan en un ejemplo didáctico del pasado erróneo. Pero estas palabras son necesarias. Es más, son imprescindibles.

Mientras las grandes decisiones se hacen esperar, algunos tantean el protagonismo mediático con circenses espectáculos de hipocresía, colmando la irritación de los que no necesitan más razones para odiar y generando impotencia entre los que no necesitamos más mierda que siga pudriendo nuestra esperanza.

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