miércoles, 24 de junio de 2009

Condenado a besar

Con el primer beso empezaron las mentiras. Mentí para reconfortar a tías solteronas o malqueridas. Mentí a primos próximos y lejanos, a desconocidos que mis padres llamaban "compadres" y que eran diestros embusteros, a ancianos monstruosos. Mentí hasta los catorce, cuando Patricia, que solo tenía un buen culo, me sinceró un beso nervioso y me reveló la ternura posible de unos labios. Lo terrible es que mentir no se olvida y que los padres, por imperativo profesional, son gilipollas. Enseñar a besar es una indecencia.

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