miércoles, 15 de julio de 2009

Conspiración de piscina.

Desde mi butaca no consigo leerles los labios pero estoy seguro de que algo se está cociendo tras esos bañadores horteras, esas sonrisas sudadas y esas barrigas planetarias. Ellos, los hombres piscineros, hablan sin apenas usar los labios. Solo los hacen funcionar para beber cerveza y para descojonarse de Dios sabe qué terrible y sanguinario chiste. Las mujeres cuchichean entre ellas, serias. El colorido insoportablemente escandaloso de sus bikinis cumple hábilmente con la labor de distraer a los curiosos, que apartan de inmediato la vista de tan peligroso corrillo. Llevo la última hora de la tarde construyendo la más que plausible teoría de que ellas se encargan de la logística. Hace solo un rato fueron a por unas cervezas para sus maridos... Sobre lo que traman el grupo de los cuatro (los hombres piscineros) aún no tengo una teoría fiable. Dudo mucho que el contenido de lo que parece "EL MARCA" sea la noticia del último despilfarro de Florentino Pérez. Hace un rato he visto con cierto temor cómo han llegado a iniciar acaloradas discusiones mientras se pasaban el periódico entre ellos. Esta gente no sale desarmada de casa. Aunque parece que, al menos por esta vez, los pormenores de lo que sea que están debatiendo (ajustes de cuentas, narcotráfico, quién debe la última ronda, etc.) no han pasado de tímidos desencuentros.
Los hombres piscineros no se bañan nunca en la piscina. Quizás las pistolas no sean sumergibles o puede que lleven consigo documentos de gran valor que podrían deteriorarse. Cuando las esposas deciden tomar un baño, ellos siempre dicen: "a nosotros lo que nos gusta es mojarnos por dentro", a continuación dan grandes carcajadas y beben de un sorbo sus cervezas al unísono y con precisión ritual. Inquietante cuanto menos. Hay algo que me tiene preocupado. Los últimos minutos, uno de ellos no para de mirame y de buscar, en una riñonera amarilla que pone "Pirelli", algo que espero no descubrir. Por suerte no ha encontrado nada, pero se acaba de levantar y parece con intención de acercarse. Estos hombres no necesitan armas para destrozar con sus voluminosas manos el cuello de cualquier mindundi. Ni necesitan una excusa para destrozarle la vida a cualquier entrometido dispuesto a revelar sus planes. Quizás deba correr. O mejor debería intentar ganarme su confianza. Infiltrarme. Vivir como ellos aún a riesgo de morir acribillado en un callejón o por problemas cardíacos derivados de ese estilo de vida, siempre en el límite de una colesterolemia. Da igual, a escasos dos metros de mi el hombre piscinero, gigante y redondo, ha impuesto una oscura sombra que me tapa más allá de donde llega mi vista. Sonríe. No es él el que está cagado. "¿Tienes fuego?". Tardo más de lo aconsejable, pero le digo que sí. Se enciende el cigarro con prepotencia (estoy casi seguro de que eso es prepotencia) y me devuelve el mechero con una sonrisa y un giño de su ojo izquierdo. Mantiene la mirada y con un saludo compasivo se da la vuelta y se marcha. Al llegar al grupo, alguien le pregunta algo y él me mira denuevo. Está claro, saben que lo sé. Esto ha sido un claro aviso de que ha llegado el fin de mi espionaje de piscina.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Woooooooaw, creo que es de los mejores. Me encanta.

Anónimo dijo...

¡Woooooawww! Creo que es de los mejores. ¡Me encanta!