miércoles, 25 de marzo de 2009

El pescadero contra la escama: (2) Un mito (casi) imposible

Yo solo tenía la mitad de sus cuarenta. Ella, con el kilo de boquerones ya en su poder, urgaba y urgaba eléctricamente dentro del bolso como quien teme encontrar demonios, como quien busca no encontrar nada. "Pedro, hijo, perdona, no encuentro la cartera, ¿te importa pasarte esta tarde por mi casa para pagarte el pescado?", me dijo algo nerviosa y con una sonrisa exageradamente lasciva, como de prostituta novata (el labio superior le temblaba como a mí las hormonas). Al momento, supe dos cosas: una era que el vertiginoso escote de su camisa no se debía al casual accidente de un botón y, la otra, que no todas las batallitas que solía contar mi tío, el frutero, eran milongas.

No hay comentarios: